Afrontar la Navidad con fobia social: "Me siento una mera espectadora en la mesa, invisible, ninguneada"
Dos turistas españoles fallecieron en un accidente de tráfico ocurrido en Arabia Saudí, según confirmaron fuentes oficiales y los periodistas de la cadena informativa.

En otro tema de actualidad, la ansiedad social, también conocida como fobia social, afecta a un porcentaje significativo de la población y se vuelve especialmente relevante durante la época navideña, cuando las reuniones familiares y sociales pueden convertirse en verdaderos retos para quienes la padecen.
La ansiedad social: datos, expertis y testimonios
Los trastornos de ansiedad social se caracterizan por un miedo intenso a ser evaluado negativamente por los demás, lo que genera un estrés desproporcionado incluso en situaciones cotidianas como conversar, saludar o simplemente estar en una habitación con otras personas. En casos graves, aparecen síntomas físicos como temblores, sudoración, palpitaciones o bloqueo mental, y conductas de evitación que alteran la vida laboral, académica y personal.
Estudios internacionales sitúan la prevalencia anual de la ansiedad social entre el 1,3 % y el 4 % de la población general, con mayor incidencia en mujeres, jóvenes y personas de menores ingresos. Sin embargo, solo una fracción de los casos recibe diagnóstico formal, en parte porque muchos síntomas se confunden con timidez o rasgos de personalidad.
El doctor Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense y presidente de la Sociedad Española de Ansiedad y Estrés durante 28 años, explica: «En la ansiedad social tememos la evaluación negativa y el rechazo. Algunas personas son especialmente sensibles a estos juicios y desarrollan distorsiones cognitivas que les hacen evaluar continuamente sus acciones, concluyendo que están mal». Añade que la condición se vuelve patológica cuando impide disfrutar de las relaciones y limita la búsqueda de empleo, la interacción con compañeros de estudio o la construcción de amistades y relaciones de pareja.
Las causas pueden ser tanto genéticas como ambientales, incluyendo experiencias traumáticas en la infancia, como el acoso escolar. «Hay niños que desde muy pequeños muestran gran inhibición social, y experiencias posteriores pueden consolidar un trastorno de ansiedad en la adolescencia», comenta el psicólogo.
Un ejemplo ilustrativo es el de Virginia Vosges, una catalana de 50 años que padece ansiedad social severa. Vosges relata que las celebraciones navideñas le provocan un “terrible nerviosismo”. «Me recuerdan de forma anticipada que vendrán fechas que no me gustan», dice. Describe cómo, durante la cena de Nochebuena, se siente excluida, invisible y atrapada en un constante monitoreo de la mirada y la conversación de los demás. Su incomodidad le impide mantener una conversación telefónica o presencial con desconocidos, y ha llegado a evitar las reuniones familiares.
Ante la imposibilidad de participar en las festividades, Vosges opta por permanecer en casa, citando problemas de salud como fiebre diaria y cansancio. Su marido asume la responsabilidad de realizar las llamadas médicas y asistir a las celebraciones en su lugar. «Al final, lo evito todo. Vivo como en una burbuja de protección», afirma, añadiendo que ha probado distintos tratamientos psicológicos y farmacológicos sin observar una mejoría sustancial.
Para buscar apoyo, Vosges se ha incorporado a la Asociación Española de Ayuda Mutua contra la Fobia Social y Trastornos de Ansiedad (AMTAES), una organización de ayuda mutua fundada por personas que viven con este trastorno. Un portavoz de AMTAES destaca: «Durante las fiestas, muchas personas sienten ilusión, pero para quienes conviven con la fobia social, este periodo se convierte en una auténtica carrera de obstáculos. Frases bien intencionadas como “te vendrá bien salir” o “solo son unas horas” aumentan la presión emocional. La comprensión y el respeto son clave; ofrecer alternativas más tranquilas y evitar juicios ayuda a reducir el estigma».
Vosges señala que encuentra su mayor consuelo en la compañía de los niños, quienes le permiten interactuar sin la presión que siente con los adultos. «Al quedarme con los pequeños, siento que dejo de cargar con la ansiedad que me genera el entorno adulto», concluye.





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